miércoles, 1 de octubre de 2008

Raúl y sus molinos


Se suele decir que el hombre citadino llega a casa neurótico de actualidad, con las manos sucias, e infectado de cotidianeidad. En ese sentido, aunque los más atienden las tautologías como verdades, algunos toman senderos escabrosos, se atalayan en la torre de Dite y observan con cuidado nuestro paso de hormiga en la urbe.
Hablo de Raúl De La Horra. Su vida es corolario de las paradojas en las que se fundamenta la existencia. Así, el argentino Cortázar nació en Bruselas, el francés Ducasse, en Montevideo, y De la Horra, en Guatemala. El niño de padres ibéricos, instruido en la alegría del ajo y una educación aforística-espartana libresca, quiso abordar el barco ebrio y danzar. Así se fue al Viejo Continente. Y corrió con la suerte de Rimbaud. Eso de andar haciendo quijotadas es una cuchilla de doble filo, sin duda. Luego de 28 años en un exilio por salud mental, De la Horra regresó como poeta maldito a su Abisinia: Guatemala.

Así, De La Horra se ha dado a la quijotesca tarea de luchar contra los implacables molinos de la tontería chapina. Tomó el camino más arduo: aquel en el que se ha disfrutado de la bahía color bergamota de Vigo y el pan con jamón de Berlín, y se ha gozado de una realidad más congruente, benévola, previsible e incluyente como la europea.
De esa cuenta, El espejo irreverente es apéndice de su prolija meditación acerca de Guatemala. Sus columnas son miscelánea de planos metafísicos extranjeros y de color local: reducción al absurdo del fanatismo religioso (el pobre tipo que se arrojó a los leones en Ucrania gritando: “si Dios existe, Él me salvará”); el viaje patafísico en autobús; propuestas lingüísticas (envió a la cuna de cretinos en el Legislativo lo de ‘Guatemaya’ por Guatemala, para cambiar esa partícula que nos atormenta el subconsciente y obnubila el futuro: ‘mala’), los jóvenes y sus payasadas, las incongruencias de orden estructural y, dicho sea de paso, moral que profieren nuestros políticos; la televisión y los estupefacientes canales nacionales, esto es, la cotidianeidad guatemalteca. Se repite con Huxley: “¿Y si la Tierra es el infierno de otro planeta?” Mientras el país se hunde más y más en este feudo narcotizado por la barbarie y un tremendismo celiano que ni el mismo José Camilo pudo haber escrito, El espejo irreverente es una buena opción para la capa de ozono y lo único que nos queda: la risa.

1 comentario:

Juan Carlos Lemus juancarloslemus3000@gmail.com dijo...

bello comentario, Diego. en cascada desde santa maría recibimos esa recomendaci´n.

Sobre el tema "De la horra", para mí, sólo hay algo que admiro más que a la literatura de raúl de la horra, y es al mismo raúl de la horra.
salve!