lunes, 1 de junio de 2009

Los trabajos de Hércules

Por haber opinado sobre Böll en otro lugar, solo queda seguir hablando de él. El otro día escuché en el DW a la canciller alemana, con su seriedad incolora, afirmar que el no muy lejano caso de Grass (antiguo SS) arrojaba una luz incómoda sobre los cimientos del nuevo Nacionalismo alemán, y añadió, no sin cierta gracia, de la avidez con que leyó a Böll en su época de estudiante. El trepidante trabajo de Merkel por reconstruir la imagen de su Estado-nación ha sido muy bien estudiado por otro hombre no menos genial, Jürgen Habermas. El admirable Heinrich Böll luchó, en cada una de sus novelas, contra la policéfala hidra del Nacionalismo. Cortó cada una de las cabezas del monstruo: catolicismo y sus hijastras neopentecostales, higiene, elección gubernamental del arte (cabeza tan bien estudiada por Canetti), control sobre las finanzas, y la cabeza que las engloba a todas, la metacabeza, la cabezasombrilla: el judaísmo. Todo relato de Böll es un hacha. Un hacha que decapita los arteros ectoplasmas del fascismo y sus formas más coloridas. Una narrativa del patíbulo. Un ejercicio de demolición hermoso. Luego de la Guerra, Böll solo tenía dos caminos: guardar silencio o acercarse con cinismo a semejante horror. ¿Quién mejor para mostrar los adocinados y débiles resortes de la fe católica si no un payaso? No hay revancha, Hamlet, no hay heroicos Arjuna ni Gilgamesh ni mierda. Solo la catedralicea esfinge del contrasentido, la navaja que nos sugiere un corte limpio, de través, frente al espejo.

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